"Información interior.

La buscó. La buscó en todas partes. Por las desnudeces

de su imaginación. En la tristeza. En las madrigueras.

[Como el temblor del ciervo que se aleja en el bosque a finales del invierno.]"

Anne Carson

 

 

“Esto en mi época ya era así.

No habéis descubierto nada nuevo.

La vida no va de eso.”

Mi padre (que no es Anne Carson, pero que mola aún más)

 

 

 


Hoy es la primera vez que vengo sola al camino que asciende por E. La cascajera estaba tapada por la maleza. Me pregunto cuál será la última persona que pisó el camino. Hace cuánto tiempo ya. Me ha costado encontrar la senda. A cada paso, he ido recordando que hay cosas que brillan pero que, al tocarlas, dejan de hacerlo. Como esas mariposas azules de los charcos que me señalaba mi padre cuando íbamos más allá del ibón de Panticosa. No las toques. Si lo haces, no vovlerán a volar. Y yo, que me creía esa especie de conjuro, me detenía en seco y me dedicaba a observarlas manteniendo la distancia.

 

Por el camino de E. nunca me he topado con esas mariposas enanas, pero lo que sí me ha pasado ha sido que, a lo largo de los años, aquí, he perdido cosas y he aprendido otras. Aquí he perdido más de una pareja, una bolsa de galletas que me robó una yegua y alguna que otra amistad. He perdido la vergüenza mientras me comía a L. entre las encinas y un escalador ingenuo que pasaba por ahí nos sorprendía. Hasta hace poco subía a E. con amigas a las que ya no veo o con alguien a quien engañaba a última hora. En E. he visto corzos, liebres, gatos y buitres e incluso tengo asignada por mí misma una piedra lisa y plana de meditación en la que me siento a hacer recuento.

 

 


 

 

 

Caminando por E. me he preguntado también por qué tuve que experimentar todos aquellos (des)encuentros que mantenía con los teóricos de las relaciones abiertas de los que siempre me acababa pillando y por qué tuve que escuchar todas aquellas patrañas mientras ascendíamos entre las rocas. Supongo que, mitad lerda, mitad liberal, debía aprender algo a base de darme de bruces contra esas mismas rocas. Aunque, bien pensado, no sé si aprendí algo, la verdad. Puede que entendiera que tanto la tristeza como la alegría son estados por los que se transita como quien lo hace al atravesar un bosque y que hay situaciones que, por mucho que leamos a Illouz, que ya va por la tercera edición, felicidades, Eva, vuelven a ofrecerse como una insinuación  irresistible al principio y como una hecatombe en su desenlace. En el entreacto, caminamos a la deriva. Y luego, pues también. Y así, dando tumbos y extraviados, nos reconocemos. Y nos reímos. Y la cagamos. Y la recagamos, porque seremos más cultos, pero igual de imbéciles y de inhabilitados para dar y desplazarnos aunque sea un poco si la ocasión lo requiere.

 

Supongo que ahora estoy de nuevo al final de algo porque los buitres me rodean.

 

La diferencia es que, esta vez, me atrevo a mirar de frente y a sostenerle la mirada a ese algo porque, en el fondo, hoy camino más ligera y no estoy sola; el brillo del boj me acompaña en la penumbra.

 

 


 

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