EN PRIMER LUGAR, DETENDRÉ LA CARNE

 

 

 


 

EN PRIMER LUGAR, DETENDRÉ LA CARNE

 -cualquier parecido con la realidad es pura ficción, así que absteneos de llamarme por teléfono para preguntarme qué tal, porque de verdad que estoy bien; muy bien, aprovecho para saludar a A., que el otro día me dijo que leía mis textos y eso me ha hecho seguir publicándolos, pero esto es solo una cuestión de ego-

 

Dos animales salvajes tratando de adiestrarse

 

Rigoberta Bandini

 

El pacto llevaba tu ritmo,

aunque te prometí volar como un ganso salvaje.

 

Cuándo dejaremos de engañarnos y de golpearnos contra el cristal

si la noche ya se ha ido

y hace horas que el sol avanza perezoso arañando los manteles.

 

Créeme: lo que digo es cierto.

Me refiero a la historia de siempre;

una de esas en las que se confunden seguridad y rutina

y después ya nadie sale ileso

preguntándose qué

forma adoptar ahora

tras el seísmo.

 

Hazme caso: no sigas leyendo.

Aunque ya has mordido y estás preso presa.

Te lo advertí: no es algo nuevo,

sino la historia de cómo alguien se amarra

para

dejarse caer

así

con todo el peso

porque, dime,

¿cuánto peso arrastra un cuerpo en la caída?

 

Depende de la historia y del comienzo, dices,

pero hace tiempo que no escucho

y tú solo tejes palabras oscuras a punta de silencios.

 

Te digo que hace tiempo que no escucho

intentando olvidarlo todo aunque no quiera

bestia terca atada a los pies de una cama

[esa cama]

lamiendo las heridas

cuando ni siquiera he dejado tiempo a que las haya

cuando ni siquiera una cicatriz para luego hurgar a solas

y penetrar la carne

hasta hallar

,por casualidad así como bala perdida,

un corazón pequeño y raudo.

 

Ni siquiera una cicatriz solo este deseo

canino

viejo y enredado

maraña de luz

en el territorio inhóspito de este incendio que intenta

desplomarte olvido

aunque sea demasiado pronto todavía

para hablar de huella o rastro

porque ahora solo el haz

el corte lento que deja lo recién vivido

el tacto el calor todavía abrasando

colgando de la cama el fulgor que agita y rasga las cortinas

la misma cama que lleva inscrita la huella de tu mano

ahí

ahí

 

aquí                                                  ahí

 

 

allí

 

en el centro

el revés encajado en la mejilla

[incapaz de olvidar esto también

te preguntas cómo algo tan breve echó raíces]

 

ojos abiertos acariciando aún el colmillo

que arranca el costumbrismo a las ventanas

el dolor dulce

de todo aquello que no digo

y se desdice

de todo lo que enrosca y muerde

que desliza al oído como un roedor perdido

 

De todo aquello que se escupe

a horcajadas

todo aquello

sobre el mismo rostro

vertido                                  el cuerpo                                                      ya

 

los cuerpos

ambos

 

los cuerpos

que se hambrientan

que se tocan y se tragan

a cada rato

con la misma prisa del inicio

como se interrumpen al hablar.

 

A esa cama me refiero

que te ha dejado ir

ni siquiera una cicatriz sobre la cama

o sobre mí, que es lo mismo, digo.

 

No hubo tiempo

nada que hacer ni detener

cuando llevas las cinco horas de un día

cualquiera

colgadas aquí del lado de la

mano izquierda

con la sangre aún latiendo

aún latiendo

aún latiendo

golpeando la sien.

 

Aunque en el fondo,

qué más da

si ahora solo eres

un hombre solo al fin y al cabo

un mortal al uso después de todo

un hombre cualquiera

que ladra, labra y teme

alguien que babea y camina

descorcha una botella, se cuestiona

y bebe

 

 

porque hay cosas que no cambian

y el deseo se mantiene intacto

como la mañana en la que la ciudad

nos vendó los ojos.




Del poemario Nadie piensa en la nieve

 

 

 

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