SNACKS

 

SNACKS

 

 

Ayer, segundos después de ocupar mi asiento en el tren, vi que C., a quien todavía no conocía, movía las manos en círculo y con lentitud. Me pregunté si estaría practicando Tai-Chi para viajes en cubículos reducidos. Rodilla contra rodilla, con la mirada caminando desde el papel a las manos y vuelta, C. articulaba formas o recuerdos. En ese momento desconocía exactamente el qué, pero no podía dejar de mirar. Fue esa lentitud hipnótica la que me llevó a hablarle. Mientras conversábamos, dejé de espiar con curiosidad sus apuntes y comencé a mirar de frente. Intentando averiguar tras la apariencia.

 

De esa forma, con esa cara que precede a, comenté algo sobre la locura y sobre que, en el fondo, todos estamos más o menos tocados por esa gracia. Y luego ya me acabé embrollando y le dije algo así como que la cuestión es que una viene al mundo, crece, duda, teme, enloquece a ratos y a ratos recupera la cordura, tiembla, teme de nuevo, tiembla una vez más y que al final, ya sabes, le dije con rotundidad a C., palma. Y C. rio y me contestó con una sonrisa que intuí en sus ojos y que la mascarilla robaba.

 

Todavía no sé qué sonrisa tiene C., pero sé que su madre vive en una casa alquilada que da al andén de la estación de T. y también sé que sus últimos vecinos fueron unos musulmanes que venían de Bosnia y que comían jamón y chorizo y que lo mezclaban con café con leche. También que C. tenía una perra pastora que corría por la terraza a la velocidad de los trenes.

 

También sé, pero esto no me lo ha contado C., aunque podríamos haber hablado de ello, por qué no (creo que C. es una de esas personas con las que se puede hablar de cualquier cosa), que hace justo diez años escribí una serie de textos que hablaban sobre el miedo y el temblor, y que comparto ahora aquí, una serie de poemas que recogí allá por 2014 en un poemario que se llamó Así, Berlín, y sé que me gustaría contarle a C., para ver qué opinión tiene al respecto, que, a pesar de que haya pasado mucho tiempo, salvando las distancias y cambiando alguna expresión por otra, esos mismos textos podría haberlos escrito hoy. Porque somos una sociedad apuntalada por el miedo, una sociedad suicida que amasa y reproduce kilos y kilos de miedo con el único objetivo de acumular matches de una lado a otro de las pantallas sin tener que desplazarse, sin tener que abandonar la comodidad del sillón, el interior de un bolsillo o el de un armario oscuro y cálido cuya llave, un niño, una tarde, jugando a esconder cosas de esas tan importantes que dicen necesitar los adultos, y que para un niño diminuto son indistintamente inservibles, ridículas, un barco o un ratón, lanzó lejos a través de la ventana y ya no hay llave que valga y todo lo importante y lo fútil, queda atrapado ahí dentro, en el corazón del ébano.

 

Pudriéndose.

 

Texto inédito del poemario Nadie piensa en la nieve

 






 




 

Comentarios

Entradas populares