Minusculario II



Es la cafetería de todos los sábados. Aquella en la que efectúan una parada a mitad de camino. Café con leche ellos. Aire, sol que atraviesa la cristalera, un camión de juguete que la acompaña en la espera ella.

 

Las abuelas del fondo salivan y sujetan su dentadura mientras esperan la llegada de la gran tostada de nata. No hay nada peor que una abuela a la espera de comida. No hay hambre más atroz.

 

Ella suspira y se aleja. Se sitúa cerca de la vitrina de los bombones y los chocolates envueltos en papel de celofán y suspira. El papel se agita un poco. Uno de los bombones se estremece y estornuda. Los dedos de la niña presionan el cristal porque el peso de todo su cuerpo se balancea y apoya contra la vitrina. Quiere hincarle el diente.

 

Lo desea.

 

Introduce la nariz por el hueco que hay entre las dos hojas de cristal. Aspira el olor e imagina que mastica. Lo nota dentro. Se esparce. Ella fabrica docenas de tazones de chocolate. Bañeras repletas de ese dulce aroma. Lagunas de chocolate plateado y denso que avanza con pesadez hasta que las abuelas quedan atrapadas en un zumbido de chocolate caliente y nata. Se escucha el débil grito de sus alas que luchan por librarse.

 

Sobre el café de sus padres,

cae la nieve.


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